Sublimar ese instante gaseoso, efervescente, y convertirlo en algo sólido que perdure en el tiempo es la labor incontestable del fotógrafo de bodas.
Vivimos inmersos en un tiempo fugaz, en el hábito cotidiano de usar y tirar, en él aquí y allá, unido a unas grandes dosis de intrascendencia. El estímulo y la pulsión han relegado a un segundo plano a la reflexión y la observación. Primamos el movimiento sobre la quietud y la celeridad por encima de la serenidad. Y nada de ello invita a paladear el momento, a acertar en el encuadre.
Quién no ha realizado una fotografía con su móvil durante un encuentro con los amigos o en la celebración de una boda para acto seguido emplear un tiempo precioso en colgarla y responder ipso facto a los comentarios en la Red. Por alguna extraña razón, sentimos la necesidad de compartirlo todo inmediatamente con personas que se encuentran a decenas de kilómetros.
Generalmente, durante esa abstracción espacio-temporal conseguimos dos cosas: no fotografiar nada, puesto que no alcanzamos a ver más allá de lo banal, y lo que es peor: nos perdemos lo sublime del instante, lo realmente importante.
Mientras la física no demuestre lo contrario, no podemos estar a ambos lados del 'objetivo'. O a un lado y otro de la Red. Como tampoco aquí y allá. O como dice el refrán: " ... en misa y repicando".
Fotografiar, obviamente, requiere de algo más que un teléfono móvil con sus millones de megapíxeles. Fotografiar implica justo lo contrario a un tiempo atribulado. Esta expresión artística necesita del tiempo como ninguna otra para dotarla de sentido y literalidad. Y en saber atraparlo recae toda su grandeza y singularidad.
La fotografía requiere un tiempo definido para realizarla, por muy instantánea que sea. Y un tiempo añadido para dotarla de significado, muy a diferencia de otras artes como el vídeo o el cine y aun poseyendo un marcado carácter de inmediatez.
Si algo nos dejó el siglo XX, más que la consolidación de este invento, fue el excepcional legado de unos fotógrafos que elevaron un oficio a la categoría de arte. Desde el retrato al fotoperiodismo. Del realismo al fotomontaje. Sus tiempos, su tiempo, -sublimados con el transcurso de los años- adquiere valor a medida que éste avanza. Hablar de la fotografía es hablar de sus artífices y su peculiar visión sobre el tiempo de los objetos, hechos y sujetos.
Todo aquello que pueda ser definido como evento o acontecimiento de relevancia, y una boda lo es, ha de tener su fotografía. O sus fotografías. Da igual si se grabó en vídeo o no, pero si no existe constancia fotográfica, tampoco se le podrá calificar como evento. Y muchísimo menos de boda. Fotografiamos nuestra boda porque lo consideramos algo muy importante que no deseamos olvidar.
Sublimar ese instante gaseoso, efervescente, y convertirlo en algo sólido que perdure en el tiempo es la labor incontestable del fotógrafo de bodas. Nadie como él sabrá sacarle partido a ese inédito lapso en nuestras vidas. En él recae la responsabilidad de leer e interpretar adecuadamente tan magno acontecimiento.
Los preparativos, la ceremonia, el banquete, la fiesta,… Cada parte está repleta de matices que el buen fotógrafo sabe vislumbrar, captar, plasmar de forma certera y darle ese aroma a momento único con gran calidad artística.
Fotografiar una boda implica saber perpetuar esos matices que la convierten en algo especial, singular. Podrán diluirse los sabores del banquete, los trajes se deterioraron o difuminarse los aromas con el paso de otoños y primaveras, pero la luminosidad de aquel día y sus sonrisas permanecerán guardados para siempre en las fotografías de bodas.
Para eso es muy importante saber elegir y saber valorar exactamente qué es lo con el paso del tiempo quedará plasmado en nuestra memoria.
Transcurridos los años, crecidos los hijos o ya con los nietos, acudiremos en más de una ocasión al cajón de las fotografías como quien hurga aliviar el alma en un cajón de medicinas. Será entonces cuando esos retazos de tiempo detenido que son las fotografías, tomen valor y adquieran de nuevo todo su sentido y vida, porque algún fotógrafo, ese día, supo capturar el momento, y tuvo la perspicacia suficiente de sublimar el instante.
Texto: Manuel Pavón
Imágenes: Alberto Parejo